jueves, 19 de marzo de 2009

LA PIERNA DE CERDO

En una celebración navideña en unas de las empresas en que laboraba, luego del romo, la cerveza, los pastelitos, quipes, arroces y carne, una compañera de trabajo pasa varias veces al baño producto de la ingesta inmisericorde de carne de cerdo, otra la ve en esos afanes y se le acerca indicando, oye, te ha caído mal la comida?, la amiga responde con un sí profundo; creo que es la carne de puerco, parece que no quedó bien cocida, -si- eso parece y yo que pensaba llevarme la que queda pegada al hueso. Precisamente de eso te iba a hablar, no te la lleves porque tiene mucha grasa y si tienes cólicos no es recomendable.

A los 20 minutos la salvadora salía con una funda negra debajo del brazo y la amiga averiada se extrañó al ver que a la semana siguiente rodaban por la mesa del comedor de la oficina, platos con carne de cerdo en todas sus manifestaciones culinarias posibles.

lunes, 14 de abril de 2008

El Yipetaje en la República Dominicana

A mediados del 1999, estaban de moda las “Yipetas” y recuerdo cuando arribaron al país los Daihatsu Terios, que vinieron a llenar un vacío en la población que quería andar “alto” a un precio “bajo”, realmente este tipo de vehículo se le conoce como vehículo deportivo utilitario o SUV (acrónimo en inglés de Sport Utility Vehicle) es un término que se ha aplicado recientemente a los modelos de automóviles que combinan elementos de automóviles todo terreno y de automóviles de turismo. Los deportivos utilitarios fueron desarrollados en los años 1990 por los fabricantes de automóviles como una alternativa a los turismos de lujo, dándole más importancia a la comodidad en asfalto que a las prestaciones en todo terreno pero manteniendo el aspecto exterior "aventurero". En el caso específico del Terios era un (SUV) a menor escala, no era 4x4, pero al ser un vehículo “Alto” daba la sensación de una “Yipeta”.
Recuerdo que acompañaba a un amigo que iba a hacerle un cambio de aceite y filtro a su carro, en un negocio ubicado en la Av. Abraham Lincoln esquina Correa y Cidrón; aunque el negocio no estaba preparado para hacer este tipo de trabajo cómodamente, los “muchachos” no tenía reparo en encaramar el vehículo en 4 gatos hidráulicos y meterle mano, mientras hacían esto me acerqué a un Terios negro se veía recién comprado, su dueño un señor de más de 60 años, cubeta y lanilla en manos lo lavaba, se veía orondo, orgulloso y con cierto aire de chabacanería, no aguanté, me le acerqué y le dije, mi Don es suyo el vehículo, dice –si claro a su orden- y cuanto le costó?, (le hice la pregunta), porque el vehículo tenía algunas “cosas” diferentes a los demás: Tenía una especia de viserita encima de la compuerta trasera con una luz de STOP y el bumper delantero tenía como 8 pulgadas más largo que el normal, ahhh y tenía alógenos. – Respiró hondo- y me dijo –eta, (refiriéndose a ella), me costó tanto-, -es la full-, contesté con un ahhh y me alejé discretamente para en la intimidad de una mata de almendra explotar en carcajadas. Cómo que esta, él estaba más que seguro que tenía una Yipeta, esto no tiene madre.

jueves, 10 de abril de 2008

Bola Negra

Quien, en algún momento de su vida no le han negado favores y/o ayudas en procura de solucionar alguna necesidad, lo primero es que te “armas de valor” para hablar (Ay Dios Mío temor a solicitar lo que te corresponde), lo primero es que por educación hace uno la solicitud cargada de formalismo y buenos modales, llena media página de Coba Light o Soft en procura de que el semi-dios a quien vamos a solicitar interponga sus “buenos oficios” y desde su nube encumbrada, baje a la tierra a tratar temas de simples mortales y nos “tienda la mano”. De inmediato ahh sí, como no por ti yo lo hago!, por favor y eso era el problema!, cuenta con eso!, mira mañana mismo está eso resuelto!, te invita a su despacho; llama a quien debe resolver y en su voz y gestos de actor de poca monta, se le nota que lo que está diciendo al que está al otro lado del auricular no es más que una pantalla, claro, lo primero que dice es: Hey fulan@ como estás?, sabes tengo a fulan@ aquí conmigo y me dice que necesita, bla, bla, bla., mensaje oculto y encriptado en la conversación como si uno fuera idiota.

Termina la conversación y con una sonrisa ingrata se despide de ti, a los par de días, nota que tu solicitud no ha sido atendida, envías un correo tipo FW, para dar seguimiento y no te contesta, a la semana envías otro correo y nada, ahhh, envías 10 correos con otras vainas y esos te lo contesta, menos el que está esperando. No hay que ser Nostradamus para saber que le han aplicado una almohada a tus “sueños”, un rebote, una sacadera de pies una Bola Negra (Black Ball).

lunes, 31 de marzo de 2008

Por "Bolero"

Soy muy escéptico al momento de dar una “bola”, ya que uno no conoce ni sabe las intensiones del beneficiario de la misma, pero, como hijo de Dios y pasador de trabajos aquí en la tierra, me consideré hasta un día ser un “bolahabiente” una especie de ayudador de situaciones. Saliendo de mi casa me encontré con una hermana de la iglesia donde asiste mi mamá, ésta aprovechó mi casi salida para concluir la conversación como mi progenitora y coincidir conmigo. Yo iba para “afuera” y mi mamá de manera inconsulta me la endosó. En el camino el clásico saludo, como le va y su saludo que concluyó con el casi inevitable por donde usted va? y me dice: “derecho”, me quedé por unos minutos callado yo iba también derecho. Me habló del Señor, del propósito que tiene conmigo, que le entregue mi vida, bla, bla, bla. Dejé a la creyente en Cristo en la Av. Núñez De Cáceres y continué mi ruta sin problemas. Al otro día, mientras me visto, escucho a la ferviente cristiana, hablando con mi mamá y preguntando por mí, y su hijo? Ya se va?, yo creo que sí, déjeme ver. En ese momento se me metió un calor interno, nuevamente la misma perorata, -pero no era por la bola-, sino con la alevosía, acechanza y mala fe con que me espera todos los días subsiguientes para irse conmigo, inventé varias maneras de safarme de ella y ninguno tuvo resultado. Últimamente me estaba levantando más temprano con el ánimo de evadirla, esto resultó por dos días, pero no podía controlar mi reloj biológico. Un día salí y no la encontré, no me sentía feliz por ello pero tampoco me sentía triste; pero la vi varias cuadras caminando con un bulto en las manos, me hice que no la vi y crucé raudo y veloz; pocos metros más adelante casi se me tira un motoconchista en frente, me hizo seña de que me pare, no veía bien porque el sol me daba de frente y yo no tenía lentes de sol, entrecerré los ojos para ver mejor y lo que vi me pareció digno de un cuadro de Vatópero, escuché la insistencia de la bocina de un motoconcho mandándome a parar, ella venía atrás montada a lo “macho”, me detuve, y se montó, ayy gracias a Dios que lo encontré, le dije que iba por otra ruta (para despacharla rápido) pero me dijo que no importa que ella se queda donde sea, ya la paciencia me estaba colmando la dejé por casa del carajo, di muchísimas vueltas, entré a varios residenciales, me paré en farmacias y la mujer nada de nada. En la noche conté lo sucedido a mi mamá y le dije que no iba a llevar más a esa “Cristiana” que me lleva todo el camino diciendo cómo debo manejar, me contó la historia completita de todo el mundo y en ocasiones traía por los moños comentarios de mi padre para sensibilizarme, sabía que si seguía con el tema de las bolas un día me iba a pasar una vaina, pues así ocurrió; un día salí de reversa para no verla cuando bajara la escalera de su casa, pero que va, le dio un golpecito al cristal de la ventana, la monté por educación, la señora no bien puso las nalgas en el asiento me puso conversación de unos productos que vende, le dije que gracias que no me interesaba, ahh tu que caminas mira este sudador, cuando giré a ver el catálogo en medio de una subida con curva, tannnnn, un carro que venía doblando tomó la curva muy cerrada y choqué. Dije de todo, me parquié a la izquierda y vi mi carro echando humos por el radiador, todo el frente destruido el joven conductor se “hizo responsable”, como pude, enderecé algunas partes mientras iba todo el camino con un ruido y adivinen qué, la señora se quedó en el asiento del pasajero diciendo: Dios mío cuantas gentes loca en la calle, la miré y dije para mi interior, no solo en las calles, a veces de pasajeros en los carros.

viernes, 28 de marzo de 2008

Una dulce mañana

La luz se había ido, mis ojos se abrieron pesadamente, el abanico de techo aun seguía girando, Gato Barbieri “She is Michelle” sonaba en la radio, la cuaja, estirones del cuerpo y zass, la sábanas en el suelo. Como pude busqué mis alpargatas y tomé el camino hacia el baño, abrí la puerta, encendí la luz y mi rostro apareció en el espejo del botiquín, estaba aun dormido, aproveché para hacer una inspección a mi rostro; -noté algunas arrugas nuevas-, las entradas en la frente eran más pronunciadas.

Tomé el cepillo en la mano derecha y la crema dental en la izquierda, Gato Barbieri seguía tocando, el sonido se colaba por el pasillo y hacía blanco en mis oídos. Empecé a cepillar mis dientes, levanté mi cara y me vi en el espejo, haciendo las mismas muecas de siempre, cuando escupí noté que había sangre mezclada con crema dental, tomé agua, hice una gárgara y volví a escupir y nuevamente acompañada por sangre, me revisé los dientes y noté el problema, tenía las encías inflamadas, detuve el cepillado, lave el cepillo, hice otro buche de agua y cuando lo tiré, noté que algunos objetos sólidos chocaron con el porcelanoso lavabo, giraron alrededor del hoyo del sifón y entraron en el. Me pregunté, -que sería-, miré por el hueco y allí veía los objetos, parecían dientes, -esto me sorprendió- llevé mis manos a la boca y sentía la ausencia de piezas, pero, no sentí dolor, me ví al espejo, abrí la boca y en lugar de los incisivos solo tenía cuatro huecos. Miré nuevamente al hoyo y sentía como se desprendía mis ojos de sus cuencas, cayeron al sifón, allí se juntaron con mis dientes, miré desde abajo hacia arriba y vi mi cara, sin dientes y sin ojos mientas en la radio sonaba Jesse Cook con “Gravity” y con ese cadencioso ritmo de guitarra bajaron mis ojos y mis dientes por el desague.

jueves, 27 de marzo de 2008

Continuación Novela (Soñando Despierto)

El hecho de vivir solo, le hacía en ocasiones a sumergirse en un mar de melancolía y tristeza, extrañaba la calidez de un hogar, de una familia –que nunca tuvo-, en esos momentos de introspectiva afloraban solo recuerdos vagos de su madre, su padre lo había abandonado aún siendo un bebé, -sería por eso que siempre le procuraba, no estar rodeado más que de sus cosas-. En las mañana cada desayuno era diferente aunque los actores principales eran la leche descremada y el cereal, no con mucho gusto los comía, si consideramos comer los mismo todas las mañanas durante los 365 días del año, pero, la idea de cruzar la barrera de los alimentos “sanos” a otros de alto contenido graso o proteínico que pudieran elevaran su colesterol y triglicéridos le aterraba; al final de cada desayuno lo mismo... llevar la tasa, el bol y la cuchara al fregadero, abrir ligeramente la llave, pasar a la nevera y terminar cerrándola con la punta del pie derecho. A continuación, barrer las migajas que al piso caían cuando su boca no podía contener la cantidad que su cuchara le aportaba, pero, escoba en manos se quedaba mirando el piso, se perdía en ocasiones contando cada mosaico, sin embargo no había una sola hojuelita en el piso, sin embargo él estaba conciente de que deberían haberlas, se quedó pensativo y por unos instantes dudo, al final dejó las cosas así y se fue a descansar a su alcoba, para ello tenía que subir 34 escalones de madera centenaria, de pronto..., al poner el pie en el primer escalón, alzó la vista y contempló casi embelesado, la enorme lámpara que colgaba del domo, era bella, cascadas de cristales y bombillas la adornaban, desde el domo, la luz se hacía pasar para rebotar en un vitral que la descomponía en un estallido de colores, -José contaba cada escalón, -era su manía- pero lo hacía desde adentro, o en voz baja según su estado de ánimo, pero, siempre los contaba.

Ya en su habitación, miraba su cama cubierta con las sabanas que más le gustaban, a mano izquierda un librero, escritorio y su sillón de cuero, aunque cómodo para la lectura, prefería irse a la mecedora que estaba al lado izquierdo de cama, con vista al parquecito del residencial; cuando llega al librero, se para frente a el, observa todos los libros, lleva su mano derecha a la boca y coloca el índice debajo de su nariz, cómo si esto le ayudara a concentrase, mientras su mirada recorría cada libro, apuntó al que quería y lo retiró. José era un amante de la organización, cada libro, puesto en orden alfabético, también tenía un tarjetero en donde anotaba quién tenía el libro, fecha de salida y fecha de entrada, curiosamente solo aparecía su nombre. Abrió una gaveta sacó un estuche en terciopelo que contenía sus lentes, cuadrados a media vista, envuelto en su cordón negro, fue a su mecedora y comenzó a leer; a veces, abría un poco la cortina y veía los niños jugar en el parquecito, él mismo se veía jugar allí con ellos, ir y venir, corretear, jugar al escondido; esas ligeras miraditas de espía le reconfortaban, nuevamente volvía a su libro, no era de mucho leer, aunque lo hacía escapar de su mundo, solo leía 6 páginas, no más, doblaba la punta de la página en donde queda para no perderse, otra cosa..., nunca dejaba páginas por mitad, no le gustaba, tampoco se acostumbraba a dejar la lectura en la página izquierda, siempre la derecha y capítulo nuevo, sin páginas nones, tenían que ser pares.

Al final de cada lectura José se quedaba meditando sobre su ser, era como quedarse inerte, en estado de hibernación momentánea, más adelante envolvía el cordón girándolo en el centro de los espejuelos y los guardaba en su estuche, el libro, lo ponía cerca de las figuritas de juguete, -guardianes de su mesita de noche-, para una nueva lectura, se iba a la cama, siempre del lado derecho y se dejaba caer justamente en el centro de ella, miraba el techo de madera y contaba cada una de las subdivisiones que formaban el techo, sentía una manía loca de contar, buscaba la simetría de las cosas, seis de este lado y seis de este, corto aquí y corto allá, más tarde –se entregaba al dios de los sueños-, ya sumergido en su interior, giraba en un espiral que lo succionaba, escuchaba su propia voz mientras caía, repasaba todo lo que había hecho antes de llegar a la cama, el desayuno, las losas en el fregadero y de repente.... se levanta estrepitosamente, su corazón parecía salir de su pecho, no encontraba sus pantuflas, Dios mío donde las dejé, -José se acordó que había dejado la llave del fregadero abierta-, bajó todos los escalones de dos en dos, cuando llegó a la cocina, encontró la llave cerrada, las vajillas lavadas y colocadas en el gabinete, las cortinas cerradas y el cereal y la leche colocados en la mesa, -esto le extraño mucho-, había un bol, tasa y cucharas nuevas, como si otra persona se fuese a preparar un desayuno, por su mente pasaron muchas cosas, en un instante, disimuló marcharse y en puntillas de pies volvió nuevamente, esta vez pegado de espalda a la pared y con las palmas de las manos se guiaba, sus pasos eran lentos, uno a la vez, pie derecho, pie izquierdo, estaba seguro de que algo había pasado, alguien lavó todo, cerro las cortinas y para colmo, se iba a comer su cereal y su leche.

Suena el teléfono y de repente se interrumpe la vigilia que José había montado para atrapar al “extraño”, -Alo-, José es Silvia- se escuchaba del otro lado del teléfono, los ojos quisieron salir de sus orbita, José no lo podía creer y solo atinó a contestar, siiii, cómo estas?, Silvia la única amiga de José le llamaba para que le visitara a la ciudad, -era lo que José estaba esperando-, su oportunidad de salir, respirar fuera de sus cuatro paredes. Subió entusiasmado a su habitación, preparó el baño, fue hasta el closet sacó su ropa, la del viernes, ya tenía las ropas separadas por día de semana, pantalón, camisa y zapatos; según él, para evitar perder tiempo en elegirla. Puso la ropa encima de la cama y se fue al baño.

Al salir de la habitación, pasó frente a su espejo y vio a un José diferente, con ánimo, fresco, con deseo de salir a la ciudad, encendió su vehículo y tomó la calle principal, todo el camino contemplaba lo que hacía tiempo no recorría, parques, puentes, letreros anunciando una bebida gaseosa, niños tomados de la mano por sus padres; el crucetear de los vehículos con sus estelas de colores; al llegar al banco de la ciudad, se encuentra con un edificio gris y robusto, un letrero enorme encima de la puerta, ladrillos a media pared y puertas con cristales claros con un pequeño stikers de “empuje” justo al lado de uno de tarjeta de crédito. En el lobby queda absorto, el piso en mármol travertino importado con diseño octagonales y en el centro, -esto le hacía recordar la iglesia en donde se congregaba-, al centro dos enormes letras entrejuntas, con las iniciales del banco, a la derecha y al fondo, la plataforma de cajeros, a sus espaldas, un forraje de madera preciosa, a la izquierda las oficinas a media altura con los oficiales de servicios y al fondo, varias oficinas con los gerentes, se podía distinguir desde lejos, porque tenían más espacio, cortinas verticales móviles y una altura mayor, tanto en piso como en paredes, era el espacio preciso para la observancia; José ve aquel gusano de personas haciendo al fila, cada una de ellas con sus propias historias, algunos con los brazos cruzados al pecho, otros con las manos en los bolsillos, otros contemplando el reloj a cada segundo, no quería hacer la fila, lo dudó un poco, pero al final terminó incorporándose a ella, no sin antes echar un vistazo a cada una de las personas.

Era algo innato en él, mirar de arriba abajo a las personas, estatura, color de pelo, su ropa, calzados, reloj etc., era un escaneo constante, esto le recordaba su loca manía de contar y esta vez lo hacía en el banco, cada tiempo que tenía asomaba la cabeza por encima de los hombros de los que delante de él estaban y contaba al cantidad de personas que tenía por delante, pero, a veces metía sus ojos hacia los cajeros y se quejaba en su interior por la “lentitud” con que atendía a los clientes.

Fragmento Novela 502

La lluvia hacia imposible la visibilidad, mientras tanto, aparcado a un lado de la calle, Gerald … en la tibieza de su auto encendía un cigarro y con la luz interior repasaba la dirección a la que debía ir, no entendía porqué razón, cada vez que le tocaba día libre, llegaba una llamada con trabajo nuevo. Cinco minutos más tardes el agua deja de arreciar, inmediatamente pone el Renault Clio en marcha y llega hasta a la Av. Mornou No. 456. Era un edificio de 10 pisos, color rojo teja y desgastado, subió 8 escalones y vio su rostro distorsionarse mientras se acercaba a la puerta principal; caminó hasta la recepción y se presentó soy el detective… a lo que una voz como de ultratumba completó la frase… Dudier?

El rostro consumido de un señor de 70 y tantos años ayudado por su bastón se acercó al joven detective, las manos temblorosas del anciano pasaba una tarjeta que rezaba Antoine Henri Siles, -soy el dueño del apartamento en donde encontraron el cadáver-, le he estado esperando, pero, al parecer esta maldita lluvia no lo dejaba llegar; ahh, si, la lluvia murmuró Gerald , en ese momento un brillo enceguecedor seguido de un trueno colmó todo el lugar; el Sr. Henry muestra el ascensor, permítame acompañarle dijo Gerald y escuchó cuando Joseph le daba las gracias.

Al llegar al ascensor, ambos intentaron ponchar el botón al mismo tiempo, pero el Sr. Henry se le adelantó, todo un ceremonial para que abriera la puerta, la lentitud propia de la vejez hacía estragos en el aparato. Hasta que el Sr. Henry sacó fuerzas de su casi inexistente cuerpo y abrió la puerta; ya dentro, el chillido de los cables desespera por momentos a Gerald , mientras su acompañante le indica, -antes de subir sentirás una leve sacudida-, pero, no más, y en efecto al cerrar la puerta, llegó la sacudida y comenzó a subir con sus dos integrantes.

En todo el trayecto ni una sola palabra, solo miradas que recorrían silentes cada recoveco del aparato, pero, no se perdían en él, sino que en ocasiones hacían blanco en la vestimenta de cada uno, a veces de refilón, aprovechando los espejos. El sobresalto del aparato indica que llegaron al 5to piso, el policía toma pausa, su respiración entrecortada y arreglaba el nudo de su corbata, a un lado el anciano mantenía su parsimoniosa pose con ambas manos en su bastón. Gerald se percató de que el Sr. Henry llevaba un zapato negro y otro café, aunque del mismo modelo, esta situación le pareció más que extraña, común en personas de su edad.

Salen del ascensor caminan 8 pasos a la derecha y llegan al No. 505, el anciano mete la mano en su gabán buscando a tientas las llaves, abre la puerta y Gerald enciende su linterna en la clásica postura que toman los policías, pero, algo le llama la atención y pregunta al Sr. Henry, por qué su apartamento es el 505 si está entre el 501 y el 503?, debió ser el 502 ?, a lo que el anciano responde, -a lo mejor fue el pintor que puso el número dos inverso- luego del hecho, tuve que hacer “algunos cambios”, algunos cambios….? Si, pinté la puerta principal, luego de que tomaron las huellas y demás, me autorizó la policía adujo. En el interior del apartamento parecía que había caído una bomba, muebles tirados por aquí, cuadros y lámparas tirados por allá, Gerald tenía que abrirse paso en el camino despejando con sus zapatos parte de los escombros; No fue por robo dice a media voz, los objetos de valor aun permanecía en su lugar dijo el Sr. Henry, parece que el móvil fue otro, aparentemente buscaban algo, buscaban? Dijo Gerald , era más de una persona la que entró aquí?, bueno, eso dijo la policía, pero, Gerald siendo policía sabía que ese tipo de detalle no se filtran, pero, el anciano encogido de hombros explica, era un toro, no podía una sola persona con él, toro?, sí, Phillip era un tipo corpulento, un metro noventa de estatura y más de 125 kilos.

Gerald siguió examinando las áreas, entra a la cocina, guante en manos abre el refrigerador, en su interior, leche, cerveza, comida china, pizzas etc., vivía solo aquí?, pregunta y el anciano que aun permanece en la sala contesta, ahhh si, vivía solo, pero, en ocasiones le visitaban “amigas”, ya sabes, eso confirmó en Gerald la presencia de dos latas de cervezas abiertas en la nevera y la caja de pizza tenía más de un pedazo mordido. Cuando llega a la habitación, más comidas, cervezas y un desorden que no era producto del crimen, sino, que atestiguaba la falta de organización del inquilino, pero, en esta requisa, no fue encontrado nada extraño que arrojara la presencia de una mujer en el apartamento, pasa al baño y encuentra la cortina medio abierta, revisa el botiquín, encuentra somníferos, pasta dental y cepillo de dientes que debió haber sido cambiado dos meses atrás, no encontró shampoo, after shave, solo lo básico.

Cuando cierra e botiquín, encuentra la cara del aciano en ella, había caminado sigilosamente hasta la habitación, era un puerco el Phillip ese, tenía quejas de los vecinos, dicen haber visto ratas aquí -ya lo iba a sacar, me debía dos meses de renta y siempre con la excusa de que al mes siguiente liquidaba todo-, la cantaleta del viejo no detiene las labores de Gerald quien encuentra en una tarjeta de Phillip, la guarda para sí y continúa con el chequeo, pasado 10 minutos, termina su trabajo y le dice al Sr. Henry que lo llamará.

De regreso a su apartamento, Gerald hace una parada en Café Minor, ordena un negro “sin azúcar”, saca las tarjetas y las coloca una debajo de otra, Monsieur Henry y Phillip Jack el constructor, todo pasa muy rápido por la cabeza de Gerald , por instante tiene pequeños cabeceos entreabre los ojos y aparecen en blanco y negro imágenes del apartamento, forcejeos y violencia en su interior, allí estaba Phillip sentado en la sala comiendo pizza, lata de cerveza en mano y el control del televisor en la otra, pero, había algo y Gerald se forzaba en averiguarlo cuando el caliente de su café lo hizo despertar.

Claro, el excusado tenía orina pero la tapa estaba cerrada, muestra inequívoca que el usuario no era un hombre, sino una mujer en ese momento recordó que a Phillip lo frecuentaban mujeres. Llegó a su apartamento, recogió los mensajes de su contestadora, se dio un baño y durmió hasta que despertador marcó las 5:00am.
Jack Levin era sin dudas un duro oficial, formado en las filas de la década de los 60´s, a sus 67 años era aun un viejo roble de la investigación con el que se debía contar a la hora de poner un “Caso Resuelto” a un expediente. Jefe de la división de homicidios de la Policía, tenía al doblar de la esquina su retiro a lo cual se resistía, café en mano y su lentilla de lectura colgada a punta de nariz, lee el matutino hasta que una llamada le informa la visita del detective Gerald Dudier.

Hágalo pasar señorita, la puerta se abre y la secretaria invita al recién llegado a pasar, mientras se retira discretamente, Gerald por un instante se queda absorto, embelesado, pero sin perder la perspectiva, contemplando aquella oficina en donde pocos han podido entrar. Acérquese Dudier dice una voz, pero Gerald no ve a nadie en el escritorio, -estoy acá-, dice Levin, estaba en una salita contigua para reuniones, venga, pase…!; los pasos de Dudier eran lentos, examinaba la madera preciosa que forraba las paredes, la alfombra azul cobalto, los sillones en piel negra reluciente, estantería repleta de libros, diplomas, reconocimientos, condecoraciones, fotos de Levin en su juventud, junto a presidentes y altos oficiales. -Todo lo que ves allí es mierda!-, lo importante está acá, mírame, acá en la cabeza y lo otro aquí en el corazón y lo más importante aquí –hizo un gesto señalando sus genitales-, porque si no tienes estas tres cosas, no eres nada. (continuará)