jueves, 27 de marzo de 2008

No vino solo

La madre llorosa sostiene a su niño en brazos, la tibieza de su regazo rinde sus frutos y en esa quietud mágica duerme el pequeño, en el largo pasillo atestado de enfermos esperando ser atendidos, las voces se entrecruzan, se distorsionan y forman un zumbido de abejas, el calor causa estragos, el olor a muerte, los quejidos y llantos tiene a la joven madre al borde la locura, el ticket con su turno se consume en su apretado puño; ella ya había avisado a su esposo hacía unos minutos y esperaba que él llegara y le brindara ese apoyo emocional que tanto necesita, el niño, abre ligeramente sus ojos y un temblor interno se apodera de él, es otro ataque, se va acelerando, las convulsiones vienen una tras otra como agua en cascada, la madre trata de consolarlo, se pone de pies, lo carga, y cruza frente a los muertos en vida, para su salvación aparece un médico extranjero, con un acento hindú inconfundible, en su poco español informa que primero los niños, luego los ancianos, entre ese mar de gente, la madre se abre paso, su pequeño se le estaba yendo, el médico lo sostiene y lo ingresa, lo coloca en una camilla y le dice a la madre que tiene que esperar afuera, ohh Dios no puedo dejar mi hijo solo, por favor, quiero ver que le hacen, esas palabras retumbaron en aquel angosto espacio.

Ella, devastada, inconsolable, con los ojos convertidos en lágrimas, va caminando con pasos lentos y recostada de la pared, de esa fría pared pintada en dos tonos, a medidas que avanzaba iba alejándose de la muchedumbre, dejando atrás el bullicio, las lamentaciones, ese olor a penicilina, a muerte; encontró un banquito y allí, dejó caer todo su cuerpo y nuevamente se rompió en llantos. Minutos más tardes una mano empezó a acariciar su áspero pelo, a consolarla, era su esposo, había llegado; Delia, y el niño…!, ella señala con el dedo el letrero desgastado de Emergencia Pediátrica, allá está, pero, no me dejaron pasar, los minutos iban avanzando como si una fuerza invisible quería sostener las agujas del reloj, el tiempo parecía detenerse, ese oscuro pasillo, la pintura a dos tonos ya desgastada por los años y la falta de atención, el techo con los plafones sucios y viejos, algunos, no estaban permitiendo que afloraran las tuberías, las lámparas parpadeaban, solo algunos tubos agonizantes igual que los enfermos se mantenía a media asta, ese lugar parecía el purgatorio, el aire pesado y cargado de sudor y calor.

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